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Revelación de Jesús, el Dios viviente

Siempre creí en Dios, crecí en una familia católica no practicante, creyendo en que la religión era un deber para quienes habíamos sido formados para ser hombres y mujeres de bien en una sociedad que tenía gente buena y mala. Pero, para quienes nos considerábamos buenos, creíamos en Dios y asistíamos de vez en cuando a la iglesia, rezábamos las novenas al final del año, habíamos sido bautizados de bebés, hecho la comunión de niños, y hacíamos nuestro esfuerzo para cumplir los 10 mandamientos. Pero la realidad, es que Dios era un-Dios totalmente lejano, que, para mí, estaba solo en el cielo, donde nadie podía verlo, ni mucho menos escucharlo.

Sin embargo, a mis 23 años conocí acerca de Jesús en una iglesia cristiana, y empecé a entender y conectar mucho más con un mundo espiritual que antes no había conocido. Y entre a ser parte de una religión cristiana, que significa ser seguidores de cristo. Ahí, mi vida cambio por completo, mi corazón fue restaurado y mis ojos fueron abiertos. Conocí un amor que jamás había experimentado, el amor de Dios, puro y sin mancha. Me sumergí en el deleite de vivir una vida conforme a lo que en su palabra estaba escrito y supe que pertenecía a ese lugar. Pero en el camino, 11 años, para ser más exactos, aunque viví un cristianismo apasionado y verdaderamente mi vida fue transformada. Algo hacía falta, y con el paso del tiempo empecé a ver los defectos de la iglesia y las personas que la conformaban, me empecé a desilusionar y cansar, mi corazón estaba confundido. No acerca de Dios, yo tenía claro que lo amaba y quería servirlo y seguirlo hasta el fin, pero como era posible que personas que habían conocido a Jesús, se comportaran como lo hacían, que lastimaran a otros, que hablaran de un Dios de amor y luego sus acciones demostraran lo contrario, que no quisieran ayudar a los que más nos necesitaban.

Pensé en que seguiría fiel a Dios, pero no volvería a la iglesia, pues para que volver a un lugar donde no se aplica lo que se predica. Y sentí que estaba cansada de hacer las cosas en mis fuerzas, que por más que trataba, la religión era difícil, y que jamás sería suficiente.

En medio de preguntar le a Dios por qué me sentía así, y de sentirme estancada en mi vida espiritual, tuve una conversación con mi esposo, y le dije: Si realmente conociera a Jesús, no estaría así, creo que yo aún no lo conozco verdaderamente. Y mi esposo me dijo: Regresa a lo básico y lee Juan, si no lo conoces, conócelo. A veces más, es menos.

Al día siguiente, me levanté pensando en eso y abrí mi Biblia en Juan 1, cerré mis ojos, le dije a Dios que necesitaba claridad y a Jesús que necesitaba conocerlo verdaderamente, y luego, comencé a leer. Creo que dure leyendo ese capítulo unas tres horas, donde leía, lloraba, me sorprendía, oraba, adoraba, y leía nuevamente. Al terminar, no sabía cómo explicarle a mi esposo lo que me había pasado, pero, como amo escribir. Tomé un lápiz y un papel y comencé a plasmar lo que sentí, tal como fue saliendo, sin edición. Y esto fue lo que escribí:

Muchos años de vivir una vida cristiana, de asistir a la iglesia, leer la Biblia, conocer la ley. Entender el antes y después de la venida de Jesús. 

Años caminando en desarrollar una Fe Cristiana. Procesos, aprendizajes, oraciones, ministraciones. Sanidad interior, regresar atrás y sanar mi pasado. 

Un sin número de cultos de domingo, infinidad de grupos de conexión, devocionales, libros de autores cristianos, eventos, encuentros, iglesias, mentores. 

Pero, llegó un momento en que había algo que no me dejaba avanzar. 

Como era que conocía tanto, había visto, escuchado y vivido el evangelio, pero, aun así, no lo disfrutaba ni me sumergía en el deleite de vivir con una vida con Jesús. 

¿Qué me impedía tomar mi cruz y seguirlo?, dejando todo atrás, deleitándome en Él. 

Había sido obediente, muy obediente. 

¿Pero cuál era el verdadero estado de mi corazón? ¿Obedecía en sujeción? ¿Obedecía en amor o por obligación a la ley? 

Entendí que fui obediente porque conocí la ley, fui obediente porque entendí el camino y tomé la decisión se seguirlo. 

Fui obediente porque cometí tantos errores en el pasado, que, siendo una nueva criatura, quería aportar algo positivo al reino. Entendiendo que no era por obras, pero que había sido salva por gracia, pero, PARA buenas obras. 

Sin embargo, esa verdad estaba distorsionada en mí. Y aunque era cristiana, seguidora de Cristo. En realidad, no había podido ver el rostro de Jesús. Seguía la ley, entendía que había venido como hijo De Dios, y aunque oraba en el nombre de Jesús. De labios para afuera era una cosa, pero la realidad es que en el fondo de mi corazón había una confusión. Porque aún, no había podido ver su rostro cara a cara. 

Había experimentado y comprendido su sacrificio por mí en la cruz, cuando me llevó a ser madre de acogida. Me quebranté y viví parte de lo que fue su sacrificio. Pero, aun así, veía el sacrificio, pero no su rostro.

Se que puede sonar muy difícil y confuso. Pero, tal vez, al igual que yo. 

Has seguido un cristianismo sin ver el rostro de Cristo. 

Sigues a Dios, entiendes la Trinidad, vives y actúas conforme a lo que has sido llamado. 

Pero aún, su rostro no ha sido revelado. 

Porque en el momento en que se revela, no hay marcha atrás, no hay viento que sople tan fuerte como para moverte. 

Porque el rostro que se ve jamás podrá dejar de verse. 

 

Si, tomaste la decisión de seguir a Jesús y de aceptarlo como tú señor y Salvador

Si, vives una vida cristiana 

Si, asistes a la iglesia 

Si, entiendes la ley

Si, comprendes la Trinidad y crees en el Espíritu Santo. 

¿Pero, su rostro ha sido revelado a ti? 

El rostro del hijo De Dios, quien es el Dios viviente

 

Hoy 10 de mayo de 2024

Su rostro fue revelado a mí. 

Porque, aunque siempre estuvo a mi lado, había visto sus manos sanar, sus pies caminar a mi lado, sus brazos abrazarme, su mano sostenerme. Pero no había visto su rostro. 

 

Porque antes había oído de ti, más ahora pues verte con mis propios ojos. Y no puedo volver atrás. 

 

Natalia Ospina

 

Entendí que había oído de Jesús, y lo recibí como mi salvador, pero no precisamente vivía bajo su señorío, porque Cristo debe ser primero nuestro Señor antes que salvador.

Entendí que la obediencia se da por amor y no por obligación.

Entendí que me molestaba ver los defectos de la iglesia, porque seguía una religión buscando perfección, pero no una relación con Jesús, fundamentada en la roca, que es cristo, entendiendo que no asistimos a la iglesia buscando que todos sean perfectos, asistimos para hacer iglesia y levantarnos unos a otros, para cada día parecernos más a cristo, pero que no se trata de quién da el mensaje o sirve, son instrumentos en las manos de Dios. Se trata de Él, de Cristo, del Evangelio del reino de Dios.

Porque viví la fe superficial, esa que esta distorsionada y pone su mirada en otros caminos, pero no en cristo.

La fe que cree que quien salva es María,

La fe que ve a Dios padre, pero no reconoce a Cristo,

La fe que cree en Dios, pero tiene ídolos por delante y no puede ver a Cristo.

La fe de religión,

La fe que sigue la ley,

La fe que condena,

La fe que trae culpa,

La fe que confunde,

La fe complicada.

 

Pero la fe de Cristo es simple, sencilla, ligera y hermosa.

 

Una fe que solo mira en una dirección,

Una fe sencilla sin religión.

 

Conocí a Cristo.



Hoy oro, para que cada uno de quienes han leído hasta aquí, pueda tener un encuentro cara a cara con Jesús, sin intermediarios, sin religiosidad, sin condición, sin filtros. 

Un encuentro con el Dios viviente, donde el evangelio sea revelado a tu vida. 

Porque a veces, menos, es más, y debemos ir a lo básico para encontrar la verdad.



Natalia Ospina Acevedo.


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